Un olor penetrante entro de repente por la ventana del carro, al mismo tiempo en que Babu, nuestro conductor, se esforzaba por no chocar en el caótico trafico de Nueva Delhi. Seguramente por mi cara, mezcla de sorpresa y pánico, el guía se volteo y me dijo:

En India, para conducir, necesitas tres cosas: El freno, El pito y suerte!!!


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Tenia razón. Estaba en medio de un caos funcional. Calles con dos carriles donde lograban entrar hasta cuatro carros, uno al lado del otro, chocados por todos los extremos, pitando, esquivando vacas, peatones y rickshaws (pequeños carros de tres ruedas propulsados por las piernas de un valiente y su bicicleta). Luz roja. De pronto un golpe seco en la ventana derecha hace que salte de mi puesto y quede arrinconado en una esquina. Un grupo de niños golpean la ventana y me piden comida. El semáforo cambia y tomamos la avenida. Pronto estaba entrando al lobby del hotel, todavía impactado por lo que acababa de ver, y por primera vez, consciente que estaba en INDIA.

Al día siguiente, muy puntual, llegó Sahid mi guía para llevarme a recorrer un país lleno de colores y contrastes. Me contó que ha visto turistas quedarse tres días encerrados en el hotel después de la primera impresión. Pero yo no era de esos. Quería ver, oír, probar y sentir esta cultura milenaria.

Nuestra primera parada fue en el templo pues Sahid quería que conociera a sus dioses. Su explicación del hinduismo empezó con un chiste:

-Si pudieras hacer una llamada a tu Dios sería muy costosa pues él vive en el cielo, en cambio, la nuestra sería económica pues funcionaría como llamada local. Nuestros dioses viven en la tierra.

– Como así – replique.

– Dejame te cuento como son. Para empezar debes saber que no es uno, sino miles.

Pronto comenzaron a fluir las historias que han pasado de generación a generación. Un dios que pierde la cabeza y le dan la de un pequeño elefante, una vaca sagrada que te ayuda a cruzar el río cuando mueres y las leyendas de Brahmá, Vishnú y Shivá principales deidades del hinduismo. Todos con características muy humanas: Tienen vehículos, un lugar en la tierra para vivir, odios y amores. Recordé mis clases de colegio y las apasionantes historias de la mitología griega que tenían cierta similitud con lo que ahora oía. Me quité los zapatos, salté para tocar la campana que saluda a los dioses, camine hacia mi izquierda para saludar al dios ganesh (requisito fundamental antes de entrar) y empece a recorer un lujoso tempo.

Al salir, volví a sentir el mismo olor penetrante del día anterior y miré a mi alrededor. Una pobreza abrumadora me rodeaba y un pequeño niño, con ropa andrajosa, se acercaba a otros turistas. Pidió dinero sin obtener respuesta y regreso donde sus amigos. Entonces una sonrisa sincera se escapo de su cara. Cerré los ojos. Eso ya lo había visto, en mi tierra, en Colombia, en uno de los tantos niños que mendigan para llevar algo de dinero a sus casas.

Entonces eleve una plegaria al cielo, y di gracias. Porque en ese momento entendí que no es necesario ir a India para encontrar la pobreza. Basta con darse una vuelta por los barrios más deprimidos de Colombia y tener la fuerza para descubrirse a si mismo en las miradas de niños, pobres pero sonrientes. Entendí que no estaba ahí, como muchos hacen, al otro lado del mundo, buscando a Dios en los templos. Yo lo traía conmigo y ahora lo estaba viendo. Tenía cara de niño, seguía sonriendo, y jugaba con sus amiguitos.

Oí a mi guía acercarse. Se demoró un poco más mientras terminaba sus plegarias. Era un fervoroso practicante del hinduismo. Se paró a mi lado y miro a los niños. Creíamos en cosas diferentes pero eso no nos separaba, en cambio, sentía que nos unía el deseo de ser mejores personas. Pensé en mis padres y en silencio les agradecí por la mejor herencia de todas: Mi Dios… y con él la certeza, que a pesar de estar solo en los confines del mundo, me sentía acompañado.

Sahid rompió el silencio y dijo: Vamos, quedan muchas cosas por ver, entonces partimos a nuestro siguiente y apasionante destino

(continuara…)